Celebramos 13 años de Runroom
Se acerca la fecha de un nuevo aniversario: "¡y cómo ha crecido!" piensas entre incrédula y sonrojada, como suele pasar cuando vuelves a ver un adolescente que conociste de bebé y te das cuenta de que el tiempo vuela, válgame la trivialidad. Hace poco Aurelio compartió con todo el estudio unas imágenes de la fiesta de inauguración del local de Runroom, en 2008, que causaron furor y sorpresa. Sorpresa por unos looks imposibles, por unas pintas entre pardillos y macarras; furor por el ambiente fiestero, por la actitud de "todo vale", por el desenfado y la simplicidad. Creo que para algunos fue un poco como ver fotos de tus padres dándolo todo en el Woodstock o el Canet Rock de turno. ¿Pero tanto hemos cambiado? Cuando se acerca una efeméride es natural volver la vista atrás para revisar lo ocurrido, hacer un recuento de quien te ha acompañado en el camino, hacer un balance e intentar entender qué tal te sientes hoy. Si bien no he estado presente desde el nacimiento de Runroom, sí he vivido su evolución y todo lo que puedo recordar desde que empecé mi relación con Runroom me provoca una sonrisa (o varias), un sentimiento mixto entre nostalgia por aquellos tiempos y orgullo por el camino recorrido. Eran tiempos en los que el DIY no estaba de moda pero era nuestro pan de cada día, en los que el catering para fiestas se hacía entre todos en la mini-cocina del piso de soltero de César; tiempos en los que Carlitos conseguía no sé cómo unos calientaplatos de Iberia; cuando las sillas más chulas del estudio venían de las oficinas de Frigo (no pregunten por qué); cuando las covers de verano eran un divertimento para todos; cuando todo valía la pena y no costaba esfuerzo. Cuando Runroom eran 5 o 6 personas, socios incluidos; cuando Aurelio programaba y el SEM era poco más que un acrónimo; cuando César llevaba gorra; cuando Jordi tenía (más) pelo; cuando sonaba flamenco y Aurelio se ponía a zapatear; cuando nuestro principal cliente era Oxford University Press; cuando en el lavabo no faltaba nunca una caja de condones por lo que pudiera pasar; cuando las siestas se hacían en la alfombra, debajo de la mesa de trabajo; cuando en las cenas de invierno venían las parejas porque las parejas también eran Runroom; cuando a Jordi le empezaron a llamar Sr. Lobo porque lo podía resolver todo (bueno, esto sigue igual); cuando Carlitos nos hacía lanzar mandarinas al aire para entender los principios de Agile; cuando todo estaba por hacer, mucho por descubrir y mucho más por crecer … Todo aquello no era ni mejor ni peor que ahora, sencillamente diferente. Ahora somos más, hacemos todo bastante mejor, tenemos mejores oficinas, clientes más grandes y facturamos más, las fiestas son la bomba y las iniciativas no paran, el volumen de personas nos obliga a gestionar nuestras idiosincrasias y a intentar tenerlo todo más controlado con procesos, dinámicas y una organización en constante evolución. Y es un esfuerzo considerable. Lo que creo que no ha cambiado es el espíritu que nos mueve y la centralidad de las personas como patrimonio. ¡Por suerte! Porque son precisamente estas personas que siguen estando en el centro de Runroom, en las entrañas, en la cabeza y en el corazón. Y esto es lo que más importa. ¡Felicidades Runroom, y que cumplas muchos más!